El buen lector querrá releer esta obra una vez más. Pues la primera vez pasamos las hojas de sorpresa en sorpresa, con una curiosidad siempre inquieta, ya que, por muchos esfuerzos que hagamos, no podemos imaginar que tantos misterios tengan una explicación pausible e inteligible. Sin embargo, la seriedad del tono nos indica que al final habrá una justificación para todo, y de ahí nuestra impaciencia por terminar el libro. Y en ese momento, dejando nuestras ansias a un lado, nos ponemos a pensar en el sistemático rigor con que el autor ha desarrollado la trama. Ni por un instante, ni en la situaciones más increibles, Stevenson ha perdido el control de las ideas base de su trama. El escritor ha subordinado a la consecución de su objetivo todos los particulares, por inverosímiles e insignificantes que parezcan.